Cuéntanos
Gerardo:
La Congregación
del Santísimo Redentor (C Ss R) celebra el tercer domingo de julio a su
Titular: EL SANTISIMO REDENTOR.
Siguiendo a San
Alfonso en el Amor a Jesucristo que dice, “Digo la verdad: es una gran miseria
ver que los predicadores –por lo general hablan de todo– menos del amor a
Jesucristo, siendo que este Dios ha hecho y sufrido tanto para hacerse amar”
(Selva III, 7).
Con humilde
gratitud contemplamos y celebramos a este Jesús, que empezando por hacerse
nuestro hermano recoge en su corazón todo sufrimiento humano para solidarizarse
con el hombre a quien se propone hacerlo hijo de Dios en su “abundante
redención” con todos los beneficios que implica ser hijo de Dios.
Jesucristo es el
único Hijo de Dios y recibe de su Padre todo Amor y, desea compartirlo con todo
ser humano hasta expirar en su cruz, hasta ofrecer la última gota de su Sangre
preciosa para hacernos sus hermanos hasta la vida eterna.
“Como el Padre
me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Jn 15,9”
¿Podremos imaginar el Amor del Padre a su Hijo Jesucristo? Siquiera aceptemos
con gozosa humildad el amor de Jesucristo a nosotros: Después de tantas
maravillas en María, en Juan Bautista, en Isabel, en Zacarías y en los
pastores; su nacimiento, su ternura, su sonrisa, sus temores, tal vez
estornudos por el frío y el polvo; la amenaza de Herodes, su huida a Egipto y
su regreso. Después en Nazaret, cuántas muestras de tierno amor a María y a
José; en el Templo de Jerusalén atendiendo puntualmente “las cosas de su Padre”
por el bien de sus hermanos, desde los doctores de la ley hasta el más pequeño
y sencillo de los humanos. Luego, una vez más en la “familia de Nazaret” ayudando
a sus padres María y José y empezando a encontrar amigos. Más tarde acudiendo
al Jordán en busca de Juan Bautista para recibir el bautismo y santificar el
agua con que serán bautizados millones y
millones de miembros de la Iglesia. Y cuando Juan muere, a enseñar, a predicar
la buena nueva, la conversión, el amor con hechos y palabras; la verdad, la
justicia, la paz, el Reino de Dios; venciendo las trampas de los hipócritas y
dándole gracias a su Padre por la gente sencilla a quienes se les hace entrega
del evangelio de la salvación.
Al final, en
Jerusalén, en el Calvario “a dar la vida por los amigos”, sólo por amor. Respondiendo
siempre con supremo amor, incluso ente la furia y el odio del soldado que
traspasa su costado “y al instante salió sangre y agua”, la sangre y el agua de
la muerte y de la vida, para el bautismo con el agua y el Espíritu en su
Iglesia nuestra madre y la barca que nos salva.
“A ti, Cristo,
te dé la Iglesia gloria,
a ti poder,
honor, loa victoria,
a ti, Rey, con
el Padre y el Espíritu,
la creación te
cate por los siglos. Amén.”
(Himno I
Vísperas)
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