1.12.14

JESÚS LLORA CUANDO LA IGLESIA RECHAZA SUS SORPRESAS

"Cuando el Señor visita a su pueblo, nos trae la alegría, nos lleva a la conversión. Y todos nosotros no tenemos miedo de la alegría -¡no!- Pero sí de la alegría que trae al Señor, porque no podemos controlarla. Tenemos miedo de la conversión, porque convertirse significa dejar que el Señor nos guíe."



JESÚS LLORA
CUANDO LA IGLESIA RECHAZA SUS SORPRESAS

"El llanto de Jesús" por Jerusalén
es "el llanto por su Iglesia, hoy, por nosotros"
Papa Francisco

Hoy Jesús llora también, cuando las puertas de nuestros corazones, de los pastores, de la Iglesia, se cierran a sus sorpresas no reconociendo a Aquel que trae la paz. Jesús llora por Jerusalén, porque no ha reconocido a Aquel que trae la paz. ¡No tenía tiempo para abrirle la puerta! Estaba demasiado ocupada, demasiado satisfecha de sí misma. Y Jesús sigue tocando a las puertas, como ha llamado a la puerta del corazón de Jerusalén: a las puertas de sus hermanos, de sus hermanas; a nuestras puertas, a las puertas de nuestros corazones, a las puertas de su Iglesia. Jerusalén se sentía feliz, tranquila con su vida y no tenía necesidad del Señor: no se había dado cuenta de que necesitaba la salvación. Y por eso ha cerrado su corazón ante el Señor". "El llanto de Jesús" por Jerusalén es "el llanto por su Iglesia, hoy, por nosotros":
¿Y por qué Jerusalén no había recibido al Señor? Porque estaba tranquila con lo que tenía, no quería problemas. Pero además -como dice el Señor en el Evangelio- 'si hubieras entendido tú también, en este día, quién te trae la paz. No has reconocido el tiempo de tu visitación'. Tenía miedo de ser visitada por el Señor; tenía miedo de la gratuidad de la visita del Señor. Estaba segura de las cosas que ella podía gestionar. Nosotros tenemos confianza en las cosas que podemos gestionar... Pero la visita del Señor, sus sorpresas, nosotros no las podemos gestionar".
Y de esto tenía miedo Jerusalén: de ser salvada por el camino de las sorpresas del Señor. Tenía miedo del Señor, de su Esposo, de su Amado. Y así Jesús llora. Cuando el Señor visita a su pueblo, nos trae la alegría, nos lleva a la conversión. Y todos nosotros no tenemos miedo de la alegría -¡no!- Pero sí de la alegría que trae al Señor, porque no podemos controlarla. Tenemos miedo de la conversión, porque convertirse significa dejar que el Señor nos guíe.
Jerusalén estaba tranquila, contenta. El templo funcionaba. Los sacerdotes hacían sacrificios, la gente venía en peregrinación, los doctores de la ley habían arreglado todo, ¡todo! ¡Todo claro! Todos los mandamientos claros... Y con todo esto Jerusalén tenía la puerta cerrada. La cruz "el precio de aquél rechazo", nos muestra el amor de Jesús, lo que le lleva "hoy también a llorar -muchas veces- por su Iglesia".
Yo me pregunto: ¿hoy los cristianos, que conocemos la fe, el catecismo, que vamos a Misa todos los domingos, los cristianos, los pastores estamos contentos con nosotros? Porque tenemos todo acomodado y no necesitamos nuevas vistas del Señor... Y el Señor sigue llamando a la puerta de cada uno de nosotros y de su Iglesia, a los pastores de la Iglesia. Ah sí, la puerta de nuestro corazón, de la Iglesia, de los pastores no se abre: el Señor llora, también hoy.
Pensemos en nosotros: ¿cómo estamos ahora ante Dios?
Zenit.org

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