"Cuando el Señor
visita a su pueblo, nos trae la alegría, nos lleva a la conversión. Y todos
nosotros no tenemos miedo de la alegría -¡no!- Pero sí de la alegría que trae
al Señor, porque no podemos controlarla. Tenemos miedo de la conversión, porque
convertirse significa dejar que el Señor nos guíe."
JESÚS LLORA
CUANDO
LA IGLESIA RECHAZA SUS SORPRESAS
"El llanto de
Jesús" por Jerusalén
es "el llanto por su Iglesia, hoy, por
nosotros"
Papa Francisco
Hoy Jesús llora
también, cuando las puertas de nuestros corazones, de los pastores, de la
Iglesia, se cierran a sus sorpresas no reconociendo a Aquel que trae la paz.
Jesús llora por Jerusalén, porque no ha reconocido a Aquel que trae la paz. ¡No
tenía tiempo para abrirle la puerta! Estaba demasiado ocupada, demasiado
satisfecha de sí misma. Y Jesús sigue tocando a las puertas, como ha llamado a
la puerta del corazón de Jerusalén: a las puertas de sus hermanos, de sus
hermanas; a nuestras puertas, a las puertas de nuestros corazones, a las
puertas de su Iglesia. Jerusalén se sentía feliz, tranquila con su vida y no
tenía necesidad del Señor: no se había dado cuenta de que necesitaba la
salvación. Y por eso ha cerrado su corazón ante el Señor". "El llanto
de Jesús" por Jerusalén es "el llanto por su Iglesia, hoy, por
nosotros":
¿Y por qué Jerusalén
no había recibido al Señor? Porque estaba tranquila con lo que tenía, no quería
problemas. Pero además -como dice el Señor en el Evangelio- 'si hubieras
entendido tú también, en este día, quién te trae la paz. No has reconocido el
tiempo de tu visitación'. Tenía miedo de ser visitada por el Señor; tenía miedo
de la gratuidad de la visita del Señor. Estaba segura de las cosas que ella
podía gestionar. Nosotros tenemos confianza en las cosas que podemos
gestionar... Pero la visita del Señor, sus sorpresas, nosotros no las podemos
gestionar".
Y de esto tenía
miedo Jerusalén: de ser salvada por el camino de las sorpresas del Señor. Tenía
miedo del Señor, de su Esposo, de su Amado. Y así Jesús llora. Cuando el Señor
visita a su pueblo, nos trae la alegría, nos lleva a la conversión. Y todos
nosotros no tenemos miedo de la alegría -¡no!- Pero sí de la alegría que trae
al Señor, porque no podemos controlarla. Tenemos miedo de la conversión, porque
convertirse significa dejar que el Señor nos guíe.
Jerusalén estaba
tranquila, contenta. El templo funcionaba. Los sacerdotes hacían sacrificios,
la gente venía en peregrinación, los doctores de la ley habían arreglado todo,
¡todo! ¡Todo claro! Todos los mandamientos claros... Y con todo esto Jerusalén
tenía la puerta cerrada. La cruz "el precio de aquél rechazo", nos
muestra el amor de Jesús, lo que le lleva "hoy también a llorar -muchas
veces- por su Iglesia".
Yo me pregunto: ¿hoy
los cristianos, que conocemos la fe, el catecismo, que vamos a Misa todos los
domingos, los cristianos, los pastores estamos contentos con nosotros? Porque
tenemos todo acomodado y no necesitamos nuevas vistas del Señor... Y el Señor
sigue llamando a la puerta de cada uno de nosotros y de su Iglesia, a los
pastores de la Iglesia. Ah sí, la puerta de nuestro corazón, de la Iglesia, de
los pastores no se abre: el Señor llora, también hoy.
Pensemos en
nosotros: ¿cómo estamos ahora ante Dios?
Zenit.org
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