LOS DOS MILAGROS DE LA EUCARISTÍA
Lo que sucede en la celebración Eucarística
“En la Eucaristía tienen lugar dos
milagros: uno es el que hace del pan y del vino el cuerpo y la sangre de
Cristo; el otro es el que hace de nosotros «un sacrificio vivo agradable a
Dios», que nos une al sacrificio de Cristo, como actores, y no sólo como
espectadores.
Quisiera resumir, con la
ayuda de un ejemplo humano, lo que sucede en la celebración eucarística.
Pensemos en una familia numerosa en la que hay un hijo, el primogénito, que
admira y ama desmedidamente a su padre. Por su cumpleaños quiere hacerle un
regalo valioso. Pero antes de presentárselo pide, en secreto, a todos sus
hermanos y hermanas que estampen su firma sobre el regalo. Éste llega, pues, a
manos del padre como signo del amor de todos sus hijos, indistintamente,
aunque, en realidad, uno sólo ha pagado el precio del mismo.
Eso es lo que ocurre en el
sacrificio eucarístico. Jesús admira y ama ilimitadamente al Padre celeste. A
él le quiere hacer cada día, hasta el final del mundo, el regalo más valioso
que se pueda pensar, el de su propia vida. En la Misa él invita a todos sus
«hermanos» a que estampen su firma sobre el don, de manera que llegue a Dios
Padre como el don indiferenciado de todos sus hijos, aunque uno sólo ya ha
pagado el precio de dicho don. ¡Y qué precio!
Nuestra firma son las pocas
gotas de agua que se mezclan con el vino en el cáliz; nuestra firma, explica San
Agustín, es sobre todo el «amén» que los fieles pronuncian en el momento de la
comunión: «Se te dice, en efecto: El cuerpo de Cristo, y tú respondes: Amén. Sé miembro del cuerpo de Cristo,
para que sea verídico tu Amén… Sé lo que ves y recibe lo que eres».
Sabemos que quien ha firmado
un compromiso tiene luego el deber de honrar la propia firma. Esto quiere decir
que, al salir de la Misa, debemos hacer también nosotros de nuestra vida un
regalo de amor al Padre y para los hermanos. Debemos decir también nosotros,
mentalmente, a los hermanos: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo». Tomad mi
tiempo, mis capacidades, mi atención. Tomad también mi sangre, es decir, mis
sufrimientos, todo lo que me humilla, me mortifica, limita mis fuerzas, mi
propia muerte física. Quiero que toda mi vida sea, como la de Cristo, pan
partido y vino derramado por los otros. Quiero hacer de toda mi vida una
Eucaristía.”
(P. RANIERO CANTALAMESSA-28 DE MARZO
DE 2014-TERCERA PREDICACIÓN DE CUARESMA)
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