Cuéntanos Gerardo:
Iniciamos el mes con
una gran fiesta para celebrar al fundador de la Congregación del Santísimo
Redentor, San Alfonso de Liguori.
Nace en Marianella,
cerca de Nápoles, el 27 de septiembre de 1696. Se ordena sacerdote el 21 de diciembre
de 1726 cuando contaba 30 años. El 9 de noviembre de 1732, funda la
Congregación popularmente conocida como "Los Redentoristas", a fin de
seguir el ejemplo de Jesucristo y anunciar la Buena Nueva a los pobres y a los
más abandonados. Escribe 111 obras sobre espiritualidad y teología con 21.500
ediciones y traducciones a 72 lenguas. En 1762, a la edad de 66 años, Alfonso
fue consagrado obispo de Santa Ágata dei Goti. Muere en Pagani el 1 de agosto
de 1787. Es canonizado en 1839, proclamado Doctor de la Iglesia en 1871 y
declarado Patrón de Confesores y Moralistas en 1950.
Una de sus obras más
conocidas: “Práctica del amor a Jesucristo” con 18 capítulos, es de donde
quiero invitarles a alimentar su vida espiritual y de buenas obras de camino a
esta bienaventurada casa paterna del cielo. “Cuánto merece ser amado Jesucristo
por el amor que nos mostró en su pasión” es el título del primer capítulo.
Jesucristo, el Hijo único de Dios Padre, ha recibido todo poder en el cielo y
en la tierra que por El han sido creados; nada le falta. Existe desde siempre
el Padre, el Hijo y entre el Padre y el Hijo un entrañable, completo, perfecto
y eterno amor en el Espíritu Santo. Y compartiendo esta majestuosa y bellísima
realidad divina de amor empezaron a brillar las estrellas, inmensas lumbreras
en el oscuro espacio, unas más grandes y otras menos grandes que el sol. Igual
son creados el agua, las plantas, los animales y al final el ser humano, hombre
y mujer con un maravilloso proyecto de inteligencia y amor para cuidar y
disfrutar la creación, y para gozar plenamente de aquella bellísima realidad
divina de amor, primero en la tierra con la gran familia humana y pronto, muy
pronto –qué son 100 años de vida en esta tierra, si todos los cumpliéramos
además- en la eternidad del cielo con Dios trino y uno, y con la inimaginable
familia celestial que alban y bendicen al Señor.
Pero surge el enemigo
que en forma de serpiente muerde a nuestros primeros padres y les inyecta el
veneno del pecado y de la muerte. El hombre queda así herido mortalmente, y en
el intento de Dios de liberarlo de esa esclavitud, el hombre no es capaz de
comprender el amor infinito de Dios con que lo ama y desea liberar; aveces
entrevé la luz del amor divino y se alegra y goza; pero muchas otras veces
el hombre sigue dejándose morder por la
serpiente. Y la serpiente se multiplica triunfante: las serpientes del desierto
contra el pueblo de Israel, las miles de serpientes contra cada nación del
mundo que la historia humana registra. Las miles de serpientes contra nuestra
nación mexicana: anticristo, antirreligión, antifamilia, antivida, crimen
organizado, narcotráfico, corrupción sistematizada, indiferencia, cobardía,
pereza, envidia, chisme …
Definitivamente hacía
falta un Redentor, el Santísimo Redentor, Jesucristo, niño en Belén y entre los
doctores de la ley en el templo de Jerusalén, joven predicando la buena nueva
del Reino de Dios invitando a la conversión, instituyendo a los doce apóstoles,
curando enfermedades y dolencias, resucitando muertos y, entregándose
totalmente en cuerpo, alma y divinidad en la eucaristía, en el máximo y supremo
sufrimiento en su pasión aquel jueves santo y en su muerte en la cruz del
viernes santo.
Ante esta total
entrega de Jesús, San Alfonso nos invita a meditar en todo el amor que nos
ofrece y el amor que merece de nosotros. Y nos invita a manifestarle nuestro
afecto: “Alma mía, ama a un Dios sujeto como reo por ti, a un Dios flagelado
como esclavo por ti, a un Dios hecho rey de burlas por ti, a un Dios,
finalmente, muerto en la cruz como malhechor por ti. Sí Salvador y Dios mío, te
amo, te amo; recuérdame siempre cuanto por mí padeciste, para que nunca me
olvide de amarte. ¡Oh María, Madre de mi Salvador y refugio de pecadores!,
ayuda a un pecador que quiere amar a Dios y a ti se encomienda: por el amor que
tienes a Dios, ven en mi socorro.” (Práctica del amor a Jesucristo, páginas 23
y 24).
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