El 9 de marzo inicia la cuaresma y el cielo desciende a puertas abiertas a la tierra para permitir ver la cruz del crucificado y al mismo Cristo brazos abiertos y clavados, con el fin de abrir los corazones de los cristianos ante los ojos compasivos del Padre y del Hijo y, para la humanidad; y recibir su dolor, su lucha, su queja, su gemido, sus lágrimas y penitencia; su esperanza, su fe, su arrepentimiento, su conversión y reconciliación.
La ceniza es el signo claro y profundo de reconocerse polvo débil y mortal con germen de cruz y de redención, de agua y de Espíritu Santo, de amor y de vida eterna.
La Cruz brillante desde el cielo ilumina el doloroso caminar de los cristianos por la tierra, cada uno con su cruz al hombro para no adormilarse en las caídas, para entender en el mismo lenguaje del cansancio y la esperanza a los hermanos, para entonar con el Redentor la alegre canción del amor y la victoria, para escucuchar del Hijo la amorosa voz del Padre que te dice: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado" (Lc. 15, 22-24
No hay comentarios.:
Publicar un comentario