Fue tan rápido. Hace un año, 16 de octubre, una vez más, las fiestas en la Iglesia, la devoción, la fe, la confianza, la esperanza. El dolor, el sufrimiento, el consuelo, el alivio, la alegría, el agradecimiento, la fiesta. Sí, mirando el universo, particularmente la tierra, los ciclos se dan con gran rapidez. Comienzan, terminan, vuelven a empezar; los ciclos, los seres, las circunstancias, las oportunidades, las gracias, el amor. Todo bajo la mirada tierna de Dios eterno, pues, dice san Pablo: “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. …para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.” (Romanos 8, 28. 21)
En el corazón humano están inscritos los justos deseos de libertad, felicidad, celebración festiva y, el Espíritu de Dios los ilumina y despierta, los activa, anima y fortalece para guiarlos por los caminos del amor y la verdad. Caminos de amor y verdad que en la familia, los padres fieles al designio divino descubren y siguen, llevando en sus brazos, o de la mano y con ternura a sus pequeños. Conquistando cada día la libertad, la paz, la felicidad. Liberando cada día el corazón de lo que lo daña y esclaviza: el egoísmo. Preparando así los padres en sus hijos y en sí mismos, esos corazones limpios que “verán a Dios”, ya no en los ciclos pequeños que empiezan y terminan repetidamente, sino para la eternidad feliz y festiva del cielo.
Y los pequeños a su vez, en brazos de sus padres, o de la mano de ellos, cada día van conquistando la grandeza en esa pedagogía sencilla del amor, el respeto, la responsabilidad y la gratuidad. Grandeza de corazón por las virtudes y los valores, por la limpieza, la fe, la esperanza y la santidad. Así lo aprendí yo, de la mano de mis padres, en los brazos de mi santa madre Benedecta. Aprendí pronto a decir: “voy a hacerme santo” con los misioneros redentoristas.
¡Qué hermosa fiesta la del 16 de octubre! Mi fiesta, la fiesta de los niños y de sus familias, de las mamás embarazadas, del matrimonio y la familia, de la vida naciente, de los pobres, de los corazones generosos, de los redentoristas, de todos los colaboradores, mis queridos colaboradores, mis fieles devotos. Siempre los acompaño e intercedo por ustedes. ¡Reciban abundantes gracias y bendiciones! Que con ustedes esté siempre el Perpetuo Socorro de María con su Niñito Jesús en sus brazos, en su frente su estrella y su tierna mirada sobre sus corazones.
En el corazón humano están inscritos los justos deseos de libertad, felicidad, celebración festiva y, el Espíritu de Dios los ilumina y despierta, los activa, anima y fortalece para guiarlos por los caminos del amor y la verdad. Caminos de amor y verdad que en la familia, los padres fieles al designio divino descubren y siguen, llevando en sus brazos, o de la mano y con ternura a sus pequeños. Conquistando cada día la libertad, la paz, la felicidad. Liberando cada día el corazón de lo que lo daña y esclaviza: el egoísmo. Preparando así los padres en sus hijos y en sí mismos, esos corazones limpios que “verán a Dios”, ya no en los ciclos pequeños que empiezan y terminan repetidamente, sino para la eternidad feliz y festiva del cielo.
Y los pequeños a su vez, en brazos de sus padres, o de la mano de ellos, cada día van conquistando la grandeza en esa pedagogía sencilla del amor, el respeto, la responsabilidad y la gratuidad. Grandeza de corazón por las virtudes y los valores, por la limpieza, la fe, la esperanza y la santidad. Así lo aprendí yo, de la mano de mis padres, en los brazos de mi santa madre Benedecta. Aprendí pronto a decir: “voy a hacerme santo” con los misioneros redentoristas.
¡Qué hermosa fiesta la del 16 de octubre! Mi fiesta, la fiesta de los niños y de sus familias, de las mamás embarazadas, del matrimonio y la familia, de la vida naciente, de los pobres, de los corazones generosos, de los redentoristas, de todos los colaboradores, mis queridos colaboradores, mis fieles devotos. Siempre los acompaño e intercedo por ustedes. ¡Reciban abundantes gracias y bendiciones! Que con ustedes esté siempre el Perpetuo Socorro de María con su Niñito Jesús en sus brazos, en su frente su estrella y su tierna mirada sobre sus corazones.
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