CUENTANOS GERARDÍN
La fiesta de la gloriosa Resurrección del Santísimo Redentor que eternamente celebramos todos los ciudadanos de este maravilloso cielo, en donde ya no hay muerte ni pecado, y que en la tierra según lo marcan el Sol y la Luna celebrarán este año 2010 el próximo 4 de abril, habrá que prepararla con mucho esmero durante los cuarenta días que han empezado a correr el miércoles de ceniza. Se trata de preparar en la tierra, como Iglesia para el mundo, la fiesta de la Pascua del Señor Jesús y con Él, la pascua de cada hombre y de cada mujer que en su momento serán llamados por el Señor a participar de esta eterna Gloria. María, profunda conocedora de todas las fiestas cristianas, y siempre dispuesta a socorrer en las necesidades humanas, acompaña maternalmente a todo hombre y mujer que con un corazón sincero busque la dicha, la alegría en la auténtica y eterna felicidad que Dios ofrece.
El Papa Benedicto XVI, fiel vicario de Cristo, propone para reflexionar, su mensaje propio para esta cuaresma, de donde tomamos los siguientes doce puntos:
1 El hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle.
2 La justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios.
3 Si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (San Agustín).
¿De dónde viene la injusticia?
4 La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal.
5 Siente dentro de sí, una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original.
6 Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra el mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6)
Cristo, justicia de Dios
7 No son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14).
8 Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante.
9 Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, indigencia de su perdón y de su amistad.
10 Hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.
11 Contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.
12 Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia.
La fiesta de la gloriosa Resurrección del Santísimo Redentor que eternamente celebramos todos los ciudadanos de este maravilloso cielo, en donde ya no hay muerte ni pecado, y que en la tierra según lo marcan el Sol y la Luna celebrarán este año 2010 el próximo 4 de abril, habrá que prepararla con mucho esmero durante los cuarenta días que han empezado a correr el miércoles de ceniza. Se trata de preparar en la tierra, como Iglesia para el mundo, la fiesta de la Pascua del Señor Jesús y con Él, la pascua de cada hombre y de cada mujer que en su momento serán llamados por el Señor a participar de esta eterna Gloria. María, profunda conocedora de todas las fiestas cristianas, y siempre dispuesta a socorrer en las necesidades humanas, acompaña maternalmente a todo hombre y mujer que con un corazón sincero busque la dicha, la alegría en la auténtica y eterna felicidad que Dios ofrece.
El Papa Benedicto XVI, fiel vicario de Cristo, propone para reflexionar, su mensaje propio para esta cuaresma, de donde tomamos los siguientes doce puntos:
«La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo»
(cf. Rm 3,21-22)
“Justicia” “dar a cada uno lo suyo” (cf. Rm 3,21-22)
1 El hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle.
2 La justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios.
3 Si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (San Agustín).
¿De dónde viene la injusticia?
4 La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal.
5 Siente dentro de sí, una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original.
6 Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra el mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6)
Cristo, justicia de Dios
7 No son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14).
8 Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante.
9 Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, indigencia de su perdón y de su amistad.
10 Hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.
11 Contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.
12 Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia.
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