Cuéntanos
Gerardo
Silencio,
Soledad y Comunicación como regalo de Dios.
Recuerdo
que desde mi niñez me atraía en gran manera el silencio de Jesús en la cruz, en
el sagrario y en el templo; también el silencio de Dios en un amanecer o en un
atardecer; o en la sombra de un árbol, o también en las flores...
Grande,
fuerte y maravilloso este silencio, que siempre me hablaba profundamente en mi
alma. Pero el silencio, aunque necesario para escuchar a Dios desde lo más
profundo del corazón, o desde la belleza de la creación, una vez se rompió y,
verán: ¡Qué dulce rompimiento! Allá por mis seis años, en el silencio de mi
soledad, me encaminé a la pequeña iglesia de Capodigiano y, seguramente que yo
habré roto el silencio de Jesús y de María en esa iglesita en medio del silencioso
campo con mi saludo. Prácticamente sin yo darme cuenta cómo Jesús niño bajó de
los brazos de María... yo buscaba y buscaba a Jesús que jugaba conmigo al
escondite. ¡Verdaderamente tierno el Niño Jesús! Mientras tanto la Virgen María
tal vez sonreía al ver a sus niños jugar muy felices. Al llegar la hora de
despedirme de Jesús y de María, el niño Dios me obsequiaba un blanquísimo pan.
Así fue varias veces.
Desde
el silencio de Jesús en su cruz y en el sagrario me enseñó qué hacer, cómo
vivir y qué comunicar a mis hermanos: hacer oración, mucha oración, la mayor de
las veces en silencio; vivir para Dios y para mis hermanos a imitación de
Jesús, desde el mandamiento del amor y buscando en todo cumplir la voluntad de
Dios; y comunicando a mis hermanos la buena nueva del evangelio en el amor, el
perdón, el arrepentimiento y la conversión.
Qué
fundamental es el silencio para escuchar a Dios, para hablar con Él y para
saber qué hacer, cómo vivir y qué comunicar. Cuando el silencio se rompe bajo
la mirada de Dios, también para contemplarlo, resulta admirable, verán: Desde
el sagrario Jesús me dijo: ¡Loquillo, loquillo!" A esta delicadeza de
Jesús respondí: 'Más loco eres Tú, que estás ahí encerrado por mi amor'.
Les
invito a leer con mucha atención lo que escribe el Papa Benedicto XVI acerca
del silencio, la palabra y la evangelización:
“Silencio y
Palabra: camino de evangelización”
El
silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras
con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a
nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor
claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo
expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante,
expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras
palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha
recíproca y se hace posible una relación humana más plena. En el silencio, por
ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que
se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que
manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones,
el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión
particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más
exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a
menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí donde los
mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para
discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial. Una profunda
reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre situaciones que a
primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y analizar los
mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes,
originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es necesario crear
un ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar
silencio, palabra, imágenes y sonidos.
Gran
parte de la dinámica actual de la comunicación está orientada por preguntas en
busca de respuestas. Los motores de búsqueda y las redes sociales son el punto
de partida en la comunicación para muchas personas que buscan consejos,
sugerencias, informaciones y respuestas. En nuestros días, la Red se está
transformando cada vez más en el lugar de las preguntas y de las respuestas;
más aún, a menudo el hombre contemporáneo es bombardeado por respuestas a
interrogantes que nunca se ha planteado, y a necesidades que no siente. El
silencio es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre los
numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e identificar
asimismo las preguntas verdaderamente importantes. Sin embargo, en el complejo
y variado mundo de la comunicación emerge la preocupación de muchos hacia las
preguntas últimas de la existencia humana: ¿quién soy yo?, ¿qué puedo saber?,
¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? Es importante acoger a las personas que
se formulan estas preguntas, abriendo la posibilidad de un diálogo profundo,
hecho de palabras, de intercambio, pero también de una invitación a la
reflexión y al silencio que, a veces, puede ser más elocuente que una respuesta
apresurada y que permite a quien se interroga entrar en lo más recóndito de sí
mismo y abrirse al camino de respuesta que Dios ha escrito en el corazón
humano.
En
realidad, este incesante flujo de preguntas manifiesta la inquietud del ser
humano siempre en búsqueda de verdades, pequeñas o grandes, que den sentido y
esperanza a la existencia. El hombre no puede quedar satisfecho con un sencillo
y tolerante intercambio de opiniones escépticas y de experiencias de vida:
todos buscamos la verdad y compartimos este profundo anhelo, sobre todo en
nuestro tiempo en el que “cuando se intercambian informaciones, las personas se
comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus ideales”
(Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2011)
Hay
que considerar con interés los diversos sitios, aplicaciones y redes sociales
que pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de reflexión y de auténtica
interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio, ocasiones de
oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios. En la esencialidad de
breves mensajes, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, se pueden
formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su
propia interioridad. No sorprende que en las distintas tradiciones religiosas,
la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para ayudar a las personas
a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las
cosas. El Dios de la revelación bíblica habla también sin palabras: “Como pone
de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El
silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una
etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada… El
silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de
oscuridad, habla en el misterio de su silencio” (Exhort. ap. Verbum Domini, 21).
En el silencio de la cruz habla la elocuencia del amor de Dios vivido hasta el
don supremo. Después de la muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y
en el Sábado Santo, cuando “el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre
despierta a los que dormían desde hace siglos” (cf. Oficio de Lecturas del
Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la humanidad.
Si
Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre igualmente descubre en
el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. “Necesitamos el
silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio
de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra
redentora” (Homilía durante la misa con los miembros de la Comisión Teológica Internacional,
6 de octubre 2006). Al hablar de la grandeza de Dios, nuestro lenguaje resulta
siempre inadecuado y así se abre el espacio para la contemplación silenciosa.
De esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la
misión, la necesidad imperiosa de “comunicar aquello que hemos visto y oído”,
para que todos estemos en comunión con Dios (cf. 1 Jn 1,3). La contemplación
silenciosa nos sumerge en la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro
prójimo, para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida,
su don de amor total que salva.
En
la contemplación silenciosa emerge asimismo, todavía más fuerte, aquella
Palabra eterna por medio de la cual se hizo el mundo, y se percibe aquel
designio de salvación que Dios realiza a través de palabras y gestos en toda la
historia de la humanidad.
DEL MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA XLVI JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
“Silencio y
Palabra: camino de evangelización”
Domingo 20
de mayo de 2012